
Siempre que cuento que he vivido en Andorra mis contertulios se exclaman extasiados de la suerte que he tenido. Pues no. Señores, una cosa es ir de visita un puente y otra tener que vivir ahí... Vas al súper y tienes todos los tipos y variedades habidas y por haber de chocolate, pero intenta encontrar la marca de champú que utilizas habitualmente para domesticar el pelo seco... a ver qué encuentras. Andorra es un país montado para los turistas que se olvida de los que viven allí 365 dias del año; por no hablar de los cutre y envejecido que está todo y de lo decadente que puede llegar a ser. Otra cosa que los turistas y visitantes de fin de semana no suelen saber es que no hay legislación laboral, que no sueles firmar contrato de trabajo (porque la tradición manda que priman los acuerdos verbales), que los sindicatos son ilegales, que la prestación de desempleo es una broma, que la seguridad social es como la de los USA (o sea, de pago), que no hay convenios y que el primero de mayo toca trabajar. Los visitantes tampoco suelen saber que las personaes enfermas de Hepatitis, SIDA o de dolencias que a la larga vayan a suponer un gasto para la Seguridad Social no son admitidas, e Immigración les denega los permisos.
La cuestión es que nunca antes había tenido la oportunidad de poder estar tan cerca de la obra de Warhol, de la que me confieso simpatizante. Así que me llevé a la exposición a una de las correctoras/editoras del periódico en el que trabajaba, a ver si así se contagiaba un poquito de la transgresión del padre del Pop Art y se volvía un pelín más permisiva con los arrebatos creativos que de vez en cuando nos daban a los periodistas.
La excursión no tuvo el éxito previsto -mi amiga y compañera de disgustos laborales continuó siendo igual de estricta en lo que a aplicación del libro de estilo se refería- pero fue muy interesante. No sólo porque pudimos ver -y, dadas las medidas de seguridad, tocar- la obra de una primera figura del arte del s.XX sinó también porque nos llevó por los caminos de la discusión; pacífica, pero discusión. Estuvimos debatiendo sobre lo que se puede considerar arte y lo que no, y sobre la necesidad de ser un erudito para poder disfrutarlo. A priori pueden parecer premisas en las que no hay espacio para mucho desacuerdo, pero a nosotras nos entretuvo todo el camino de regreso a casa. Tanto, que incluso llegamos a blasfemar comparando el fútbol con el arte. Alto; alto ahí, queridos lectores, no se escandalicen antes de tiempo; que a eso se le llama precipitarse. En nuestra humilde ignorancia del mundo artísco (que esperan de una chupatintas y una filóloga sin formación en la historia o la teoria del arte) nos argumentamos mutuamente que no hace falta ser chef o jugador profesional de primera división para disfrutar de un buen plato o de una buena jugada -y eso que ninguna de las dos es futbolera-, respectivamente.
A menudo, nos da pereza o "miedo" acercarnos al arte -en su sentido más académico- porque lo vemos como algo lejano, esnob o inacesible. Incluso en algunos casos puede parecer un timo (hay quien no gusta de lo abstracto) o algo superficial. Tal vez, lo que nos inhibe es la grandilocuencia y el silencio de los museos. Pero para apreciar el arte no hace falta haber leído mucho, sólo tener sensibilidad (ya ven, nos hizo falta recorrer todo este camino para llegar a esta conclusión... bueno, es lo que hay cuando se juntan dos "chorlitas").
Precisamente Warhol fue un experto en esto de acercar el arte a las masas. Nosotras nos acercamos tanto que lo tocamos y todo. Parece ser que mi compañera y amiga tiene el ojo muy entrenado para detectar las imperfecciones más escondidas. Y cuál fue nuestra sorpresa al ver que los cristales de los cuadros estaban sucios y rayados de tal modo que se podía rascar la roña (esto también lo permitieron las medidas de seguridad. Vamos, que ahora mismo no tengo colgado un Warhol en mi habitación porque no quiero). Y nosotras disfrutamos de Warhol como mejor nos pareció (estábamos solas en la sala), es decir, como Pedro por su casa, exclmándonos todo lo que quisimos y perdiéndole el respeto al arte. Que para eso es nuestro siervo.
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