domingo, 30 de noviembre de 2008

Dulzura, tristeza y psicodelia para la última noche del Wintercase

El Wintercase se despidió con una propuesta sosegada de folk extravagante en una sala lo suficiente pequeña como para convertir un show intimista en una reunión de amigos.

CRÓNICA PARA LA VANGUARDIA

Scott Matthew, El Perro del Mar y Cuchillo fueron los protagonistas, el pasado jueves, de la tercera y última jornada del Wintercase a su paso por Barcelona. Ir a descubrir bandas desconocidas es casi siempre un riesgo que vale la pena correr.

Pero tener que hacer una crónica a posteriori, provoca cierta sensación de vértigo que te mantiene en tensión durante todo el espectáculo, hasta que los lametones musicales amasan tus músculos y, al final, te olvidas de tus obligaciones y caes en las redes de estos tres fantásticos grupos.

Abrió la noche el dúo Barcelonés Cuchillo con sus melodías de folk progresivo, tan de moda últimamente. Lisérgicos e hipnóticos, Israel Marco (guitarra y voz) y Daniel Domínguez (batería y percusión) construyeron canciones enlazando loops de guitarra y armonías de voz, con percusiones y ritmos. Su folk a medio camino entre la psicodelia más comedida y el rock triste, ofrecieron un amasijo de melodías con aires a mantra, a The Velvet Underground y a Syd Barrett.

A ratos en inglés, a ratos en castellano, Marco y Dominguez presentaron su primer trabajo de título homónimo, "Cuchillo" (Sinnamon), dejando caer piedras preciosas como "Summertime in Sweden" o "Black and white numbers".

El siguiente en subirse al escenario fue el cabeza de cartel, Scott Mathew. El australiano afincado en Brooklyn (Nueva York) fue el único en conseguir el silencio completo en la sala, que contuvo de fondo cierto barullo de cafetería durante el resto de la noche. La verdad es que casi le cortó la respiración al público con temas como "Upside Down", "Little Bird" y "Surgery" y sólo algunos contorneos y balanceos dejaban adivinar que se acercaba alguna de las piedras angulares de su repertorio.

Acompañado de un piano, un chelo y un bajo, Matthew rascó el ukelele en más de una ocasión. Sus temas sonaron a canciones infantiles, a melodías de caja de música y a nanas desgarradoras.

Entre falsetes y susurros que, por momentos, se convertían en sollozos, Mattew dio una clase magistral de elegancia bohemia.

La etiqueta de folk con la que una llega a la sala se cae y se convierte en una simple muletilla, a la espera de encontrar las palabras exactas para definir la música del australiano, que recuerda algo a Anthony and the Johnsons, pero más sincero, a Rufus Wainwritght, pero sin barroquismos. Mucho piano y cuerda, poca máquina.

Matthew se mostró próximo y parlanchín entre canción y canción, quizás para compensar sus versos tristes, penetrantes e incisivos. Aún así, no podía disimular su timidez y se le escapaban risitas de ratón mientras se escondía tras un larguísimo flequillo.

Cerraron la noche los suecos El Perro del Mar: una voz emocionante, ritmos brillantes y minimalistas que abrazan melodías de los 50's y 60's dignas del más selecto guateque de la gauche divine. La voz de Sarah Assbring brilló por encima del molesto y desconsiderado barullo de fondo, que volvió tras el paso de Matthew por el escenario. Con su pop en miniatura ribeteado de soul, Assbring trajo de vuelta las sonrisas -algo agridulces, eso sí- con temas como "Candy", "This loneliness", "Shake it off" y "Coming down the hill".

Assbring se hizo acompañar con otra guitarra acústica y un xilofón, con el que su compañero jugó con un arco de violín, y se puso al piano en un par de ocasiones. Assbring cantó casi todo el tiempo con los ojos cerrados y paseo su timidez repitiendo una y otra vez el clásico "thank you". Nos deleitó con melodías desnudas, sencillas y delicadas, como salidas del fondo del mar y salpicadas de cierta épica por culpa de una voz que suena a élfica.

Nos regaló un bis, con "Pale blue eyes" y la encantadora y juguetona "Hello goodbye", finiquitando con ella un más que acertado festival Wintercase.

Lee también: Los Campesinos! , Ra Ra Riot y las sorpresas del Wintercase (crónica para La Vanguardia)


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